Un crimen secreto

Mi nombre es Marcela. Aunque no sé por qué les escribo esta carta, siento al mismo tiempo la necesidad imperiosa de hacerlo. Éste es mi testimonio personal y también mi problema.

Fui abusada por mi tío a los cinco años de edad. El abuso se repitió una y otra vez durante dos años. Luego, nos mudamos a otra ciudad. Allí mis primos, algunos amigos de la familia y un vecino hicieron lo mismo conmigo. Después de un tiempo, yo misma les pedía que me lo “hicieran”. No comprendo por qué reaccionaba de esa manera. Quizás porque me “gustaba” o porque me “convenía”, ya que ellos me regalaban dinero.

Mi abuelo fue la última persona que me tocó. Abusó de mí hasta que cumplí quince años y no lo permití más. Sin embargo, y ésta es la parte de la historia que más me avergüenza, comencé a manosear a un niño pequeño y, luego lo hice con mi primo discapacitado. No recuerdo de cuántas otras personas abusé pero, créanme, fueron muchas.

A la edad de diecisiete años tuve una profunda experiencia con Dios. Hoy tengo treinta y nueve y, desde entonces, he asistido a congresos, conferencias, retiros y encuentros. He leído libros, y durante diez años, he estado bajo tratamiento psicológico y psiquiátrico, con la finalidad de borrar esos horribles recuerdos, pero no lo he logrado aún. Lo que nunca hice fue reconocer que he sido una abusadora. Mientras confieso esta terrible realidad, lágrimas recorren mis mejillas. El solo hecho de pensar que les he robado el futuro a tantos niños me atormenta. No tengo excusas, pero tampoco tengo paz. Busco explicaciones y nos las encuentro. A veces me embarga la sensación de que Dios me ha abandonado por completo. Aunque desde que acepté a Jesús nunca sentí deseos de abusar de otros niños, mis pensamientos se desenfrenan; mis fantasías son crueles y mis sueños extravagantes. No puedo borrar mis deseos primitivos y lascivos hacia los hombres. Me siento vulnerable, indefensa, insegura. He rogado a Dios por mi vida muchas veces y, aunque hace diez años que lo sirvo, no he conseguido la sanidad de mi alma.

Hago cosas que no quiero. Me masturbo compulsivamente. Miro a los hombres con deseos libidinosos. Coqueteo con imágenes de noche y de día. Tengo bronca, sí, mucha bronca. ¿Cómo se hace para olvidar? ¿Cómo…? Nunca he podido disfrutar de la intimidad. Cuando estoy con mi esposo me asaltan esas imágenes y me bloqueo.

Deseo volver a empezar. Deseo que esto nunca hubiera sucedido. Quiero ser libre. Lo busco y no lo logro. Hay días en que no quiero vivir y hay días en los que quisiera matar a todos los que me hicieron daño. Me levanto con la idea de que el nuevo día va a ser diferente, pero termina siendo igual. Deseo escapar, huir, correr lejos…

¿Cómo se pueden soñar sueños de Dios y al mismo tiempo soñar sueños basura? Actualmente desarrollo un ministerio con niños. Quisiera hacer por ellos lo que mis padres no hicieron por mí. Desearía que a ninguno de esos niños les roben el futuro. ¿Cómo puedo llegar a ser lo que Dios espera de mí? ¿Cómo puedo ser sanada? Mi cuerpo enfermo suspira por respeto; mi corazón llora por algo de paz y mis emociones gritan para ser sanadas. Ayúdenme. Ya no puedo vivir así…

5/5/2009. 8:12 hs. Sé que ya me he despedido, pero desearía descargar por completo mi mochila de basura. En ocasiones me siento sucia, sucia; sí, muy sucia. En el afán de ser libre de mis fantasías sexuales obscenas, cierro las piernas y me castigo a mí misma. No puedo dejar de jugar con mis pensamientos lascivos. Siento que estoy hundiéndome más y más profundamente en una cloaca de imágenes inmundas. Sin darme cuenta, los horripilantes recuerdos me toman por sorpresa y, de manera repentina, me atacan ferozmente. Ya no puedo más. Estoy defraudando a mi esposo, a mis hijos y por sobre todas las cosas, a Dios. Siento que les fallo, que no me perdonarán; que no me comprenderán. Quiero gritar: ¡basta ya! Tengo ganas de morir; estoy depresiva, triste, con ganas de llorar y desagradecida por todo. Me veo al espejo y no me conozco. No soy la misma persona que, semana tras semana, sirve al Señor. Soy otra. Mi otro yo escondido, perverso, cruel, enfermo. En fin… ¿Quién soy en verdad? ¿Por qué uno de los dos “yo” no muere? ¿Qué me falta? ¿Siempre viviré con este tormento…? ¿Habrá sanidad para mí…?

Sigan adelante, somos muchos los que necesitamos de su ministerio. Marcela”.

Principios para la restauración

Para superar el trauma de una persona que ha sido abusada y que, a su vez, reconoce el haber abusado de otras, existen tres principios fundamentales y de igual peso:

1) Arrepentirse de los abusos cometidos.

Si usted es abusador, sepa que es un delito y una ofensa contra Dios. Si se arrepiente, Dios puede perdonarlo. Sin embargo, usted deberá hacerse responsable ante la ley por su mal comportamiento. Dios no cubre con religión la perversidad del corazón.

2) Hacer restitución a las víctimas.

Esto es aplicable aun a quienes reconocen el abuso décadas después de ocurrido, cuando la ley ya no los considera punibles.

3) Recibir la restauración de Dios.

La persona que ha sido abusada y se ha transformado en abusadora de otras debe renunciar a la tendencia de excusarse en el pasado para justificar su mal proceder en el presente.

Arrepentimiento

El abuso sexual es un hecho muy grave. La mayoría de los abusadores no se arrepienten, lo que determina una alta probabilidad de que repitan el abuso. Para la minoría que sí quiere cambiar, nos sentimos en la necesidad de darles esperanza.

Un viejo clérigo escocés enseñaba que el diablo tiene dos mentiras que utiliza en dos etapas distintas. Antes de que se cometa un pecado, él insinúa que ése es un pecado pequeño, de poca importancia y que nadie se va a enterar. La segunda mentira consiste en que, después de haber pecado, él asegura que no existe remedio. Crisóstomo dijo: “Satanás destruye a algunos mediante el pecado; a otros, mediante una desmesurada tristeza que puede perdurar después del arrepentimiento por el pecado”.

No arrepentirse por el grave pecado que se ha cometido al perpetrar un abuso, es cavarse la propia tumba; es caer bajo el juicio divino. Sin embargo, si se arrepiente, Dios puede perdonarlo. Las buenas noticias consisten en que, por el hecho de que Jesucristo murió en la cruz y se levantó de entre los muertos, no nos encontramos en una situación irremediable.

No pierda más tiempo. Si usted es o fue abusador, arrepiéntase y tome la decisión de cambiar su forma de vida.

Restitución

Si usted, como abusador/a, se relaciona de alguna manera con las personas que han sido sus víctimas, debe pedir perdón. Algunos se escudan diciendo que tal vez la víctima no se acuerde, pero ¿quién puede olvidar una experiencia de abuso?

La restitución es un principio bíblico, por medio del cual se trata de subsanar el mal cometido, haciendo alguna clase de bien por la persona que se ha herido. La reparación o restitución debe hacerse no a conveniencia del abusador/a, sino de acuerdo con la necesidad de la víctima. Busque la forma de cumplir con este principio y ser canal de sanidad para las personas que usted ha dañado.

Restauración

Para ser restaurado hay que identificar la herida. ¿Para qué arreglar lo que no está roto? Hay personas que no saben que están enfermas. Identificar el problema es el principio de la sanidad.

Una vez hecho ese primer avance, debemos entender que nuestro presente es el resultado de las decisiones que tomamos ayer. Lo que seremos mañana resultará de las decisiones que tomaremos hoy. Son las decisiones las que determinan nuestro destino y, aunque las consecuencias no pueden ser cambiadas, no todo está perdido. Dios es lo suficientemente bondadoso como para perdonar cualquier error que hayamos cometido. La Biblia nos asegura que, si arrepentidos nos volvemos a Dios, él es fiel y justo para otorgarnos su favor. Un hijo sigue siéndolo aun cuando haya hecho algo penoso a los ojos de su padre. Por tanto, termine de condenarse. Haga las paces con Dios y con usted mismo. Atraviese las barreras de su pasado.

En Gálatas 6:9 el apóstol Pablo nos alienta a seguir esforzándonos cuando dice: “Y no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos”. ¡Vamos, no abandone el campo! No tenga ese viejo espíritu de derrota. No importa cuán mala sea la condición de su vida y de su mente, ¡no se dé por vencido! Vuelva a empezar.

“Aunque sienta el cansancio, aunque el triunfo lo abandone, aunque un error lo lastime, aun así, vuelva a empezar… Aunque una traición lo hiera, aunque una ilusión se apague, aunque el dolor queme sus ojos, aun así, vuelva a empezar. Aunque sus esfuerzos no sean reconocidos y a veces la paga sea la ingratitud, aunque la incomprensión corte su risa y todo parezca nada, aun así, vuelva a empezar…”, Cecilia Prezioso.

Abandone el hábito de recordar lo que no edifica. Esto requiere disciplina en los pensamientos. Aprenda a deshacerse de los pensamientos negativos. En su lugar, comience a meditar en la bondad de Dios. Llene su mente con pensamientos de esperanza, fe y victoria. Siga el consejo de Filipenses 4:8 “… Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”.

Extraído del libro “Inocencia Robada”

Scroll al inicio